Washington ante la cólera del pueblo tunecino
Washington ante la cólera del pueblo tunecino
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Neocolonialismo. Control de África Washington ante la cólera del pueblo tunecino por Thierry Meyssan* Mientras los medios occidentales celebran la «Jasmine Revolution», Thierry Meyssan revela el plan estadounidense tendiente a detener la cólera del pueblo tunecino y a conservar esa discreta base de retaguardia de la CIA y la OTAN. Para Meyssan, el fenómeno insurreccional no ha terminado y la verdadera revolución, que tanto temen los occidentales, puede estar a punto de empezar. | ![]() |
![]() 24 DE ENERO DE 2011
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A las grandes potencias no les agradan los acontecimientos políticos que no pueden controlar y que obstaculizan sus planes. Los acontecimientos que han venido conmocionando Túnez desde hace un mes no son ajenos a esa regla. Todo lo contrario. Resulta entonces bastante sorprendente que los grandes medios internacionales de difusión, fieles aliados del sistema de dominación mundial, se entusiasmen de pronto por la «revolución de jazmín» y que publiquen investigaciones y reportajes sobre la fortuna de la familia Ben Ali, a la que anteriormente no prestaban atención a pesar de su escandaloso tren de vida. Lo que sucede es que los occidentales están tratando de recuperar terreno en una situación que se les fue de las manos y en la que ahora quieren insertarse describiéndola según sus propios deseos. Primero que todo, es importante recordar que el régimen de Ben Ali gozaba del apoyo de Estados Unidos y de Israel, de Francia y de Italia. Considerado por Washington como un Estado de importancia menor, Túnez estaba siendo más utilizado en materia de seguridad que en el plano económico. En 1987, un golpe de Estado derrocó al presidente Habib Bourguiba para favorecer a su ministro del Interior, Zine el-Abidine Ben Ali. Este último es un agente de la CIA entrenado en la Senior Intelligence School de Fort Holabird. Según informaciones recientes, Italia y Argelia parecen haber estado vinculadas a aquella toma del poder [1]. Desde su llegada misma al Palacio de la República, Ben Ali establece una Comisión Militar Conjunta con el Pentágono que se reúne anualmente, en mayo. Ben Ali no confía en el ejército, lo mantiene marginado y no le proporciona suficiente equipamiento, con excepción del Grupo de Fuerzas Especiales que se entrena con los militares estadounidenses y que participa en el dispositivo «antiterrorista» regional. Los puertos de Bizerta, Sfax, Susa y Túnez se abren a los navíos de la OTAN y, en 2004, la República de Túnez se inserta en el «Dialogo mediterráneo» de la alianza atlántica. Al no abrigar con Túnez expectativas especiales en el plano económico, Washington permite que los miembros de la familia Ben Ali exploten a fondo el país. Cualquier empresa que allí se desarrolle tiene que cederles el 50% de su capital y los dividendos correspondientes a esa tajada. Pero las cosas se ponen feas en 2009, cuando la familia que controla el país pasa de la glotonería a la avaricia y trata de chantajear también a los empresarios estadounidenses. Por su lado, el Departamento de Estado prevé la inevitable desaparición del presidente. El dictador ha eliminado a todos sus rivales y no tiene sucesor. Se impone entonces buscarle un sustituto en caso de que fallezca. Se recluta a unas 60 personalidades capaces de desempeñar un papel político después de Ben Ali. Cada una de esas personas recibe un entrenamiento de 3 meses en Fort Bragg y posteriormente se le asigna un salario mensual [2]. Y pasa el tiempo… Aunque el presidente Ben Ali mantiene la retórica antisionista en vigor en el mundo musulmán, Túnez ofrece diversas facilidades a la colonia judía de Palestina. Se autoriza a los israelíes descendientes de tunecinos a viajar a Túnez y a comerciar en ese país. Incluso se invita a Ariel Sharon a viajar a Túnez. La revuelta El 17 de diciembre de 2010, la inmolación voluntaria de un vendedor ambulante, Mohamed Bouazizi, quien se prendió porque la policía le había confiscado su carreta y sus productos, da paso a los primeros disturbios. La población de Sidi Bouzid se identifica con aquel drama personal y se subleva. Los enfrentamientos se extienden a varias regiones y, posteriormente, alcanzan la capital tunecina. El sindicato UGTT y un colectivo de abogados organizan manifestaciones, sellando así –sin hacerlo a propósito– la alianza entre las clases populares y la burguesía alrededor de una organización estructurada. El 28 de diciembre, el presidente Ben Ali trata de recuperar el control de la situación. Visita al joven Mohamed Buazizi en el hospital y se dirige esa misma noche a la nación. Pero su discurso televisivo expresa su ceguera. Ben Ali denuncia a los manifestantes como extremistas y agitadores a sueldo y anuncia una represión feroz. Lejos de calmar las cosas, su intervención convierte la revuelta popular en insurrección. El pueblo tunecino ya no denuncia solamente la injusticia social sino el poder político.
En Washington se dan cuenta de que «nuestro agente Ben Ali» ha perdido el control de la situación. En el Consejo de Seguridad Nacional, Jeffrey Feltman [3] y Colin Kahl [4] consideran que es hora de deshacerse del dictador ya desgastado y de organizar la sucesión antes de que la insurrección se convierta en una verdadera revolución, o sea antes de que ponga en tela de juicio el sistema.
Bajo la denominaciónAnonymous, el ciberescuadrón de la CIA –ya utilizado anteriormente contra Zimbabwe e Irán– hackea varios sitios web oficiales tunecinos e introduce en ellos un mensaje de amenaza en inglés. La insurrección Los tunecinos siguen desafiando al régimen de forma espontánea, lanzándose masivamente a las calles y quemando estaciones de policía y establecimientos pertenecientes a la familia de Ben Ali. Algunos lo pagarán incluso con su sangre.
Jazmín para calmar a los tunecinos Los consejeros estadounidenses en materia de comunicación estratégica tratan entonces de dar el juego por terminado, mientras que el primer ministro saliente forma un gobierno de continuidad. Es en ese momento que las agencias de prensa lanzan la denominación de «Jasmine Revolution», ¡en inglés, por supuesto! Las agencias afirman que los tunecinos acaban de realizar su propia «revolución de color». Se instaura un gobierno de unión nacional y todo el mundo contento.
Además de los inamovibles miembros del RCD, se mantienen los dispositivos mediáticos y varios agentes de la CIA. Por obra y gracia del productor Tarak Ben Ammar (el gran jefe de Nessma TV), la realizadora Moufida Tlati se convierte en ministra de Cultura. Menos implicado en el negocio del espectáculo, pero más significativo, Ahmed Nejib Chebbi, peón de laNational Endowment for Democracy(NED), se convierte en ministro de Desarrollo Regional y el oscuro Slim Amanou, un bloguero conocedor de los métodos del Albert Einstein Institute, se transforma en ministro de Juventud y Deportes a nombre del fantasmagórico Partido Pirata, vinculado al autoproclamado grupo Anonymous.
Por supuesto, la embajada de Estados Unidos no solicitó al Partido Comunista que se integrara al llamado «gobierno de unión nacional». Por el contrario, lo que hicieron fue traer de Londres, donde había obtenido el asilo político, al líder histórico del Partido del Renacimiento (Ennahda), Rached Ghannouchi.
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