ALEMANIA NOS QUIERE GOBERNAR

Publicado en por noticias-alternativas.redacción

gran poder en europa

El liderazgo de Angela Merkel en la conducción de la crisis de la UE resucita los viejos temores europeos

27.11.11 - 02:35 -
Cuando la población de la ahora desaparecida República Democrática Alemana (RDA) perdió el miedo y logró echar abajo el odioso Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, el entonces presidente de Francia, François Mitterrand, tuvo una visión que le quitó el sueño y que fue compartida por Margaret Thatcher.
Los dos líderes europeos temían que la nueva Alemania que estaba por nacer acabaría con la estabilidad global de la aquella época y que el continente volvería a sufrir la hegemonía germana.

Mitterrand fue un poco más lejos y no ocultó su temor a que la unificación provocaría el resurgimiento de un país maligno y expansionista que dominaría Europa, incluso con mucho más territorio del que llegó a conquistar Hitler.
Incapaz de frenar la dinámica de la historia, Mitterrand puso una condición categórica a su consentimiento: la Alemania unida debería sacrificar el legendario marco para dar vida a una divisa común.

¿Tenía razón Mitterrand? La noche gloriosa del 9 de noviembre de 1989, una mujer que hoy soporta la mirada sospechosa de casi todos los líderes europeos, después de escuchar las noticias alarmantes que anunciaban una inminente apertura de la frontera interalemana en Berlín, decidió cumplir con su cita semanal y se fue a la sauna.

Cuando Angela Merkel, entonces una joven doctora de Física cuántica y sin interés por la política, regresaba a su hogar, se dejó llevar por la marea humana y cruzó, por primera vez, un puesto fronterizo.
Después de beber una cerveza en una vivienda en Berlín Occidental, recuperó la rutina de una científica criada y educada bajo el símbolo de la hoz y el martillo.

Dos décadas más tarde de aquel acontecimiento histórico que precipitó la caída del imperio soviético, los temores de Mitterrand y Thatcher están adquiriendo una connotación real a causa de la actitud de Angela Merkel, otrora una desconocida científica en la Alemania comunista y ahora jefa de Gobierno de la primera potencia económica de Europa, que está imponiendo las reglas alemanas a sus socios comunitarios.

La renuncia al marco

Hace solo 20 años, Helmut Kohl repetía en las capitales europeas una cita famosa de Thomas Mann: «No queremos una Europa alemana, sino una Alemania europea». Para dar más veracidad a su promesa, el entonces canciller cedió al chantaje de su amigo Mitterrand y renunció al marco, al amado símbolo del milagro de posguerra.

Fue entonces cuando nació una sana e interesada costumbre en Alemania, definida con ironía por Joschka Fischer. El país debía llevar las riendas de Europa sin que nadie se diera cuenta.
Todo cambió con la crisis de la deuda que se inició en mayo de 2010 en Grecia y con la decisión adoptada entonces por Merkel, que optó por anteponer los intereses alemanes y olvidó la razón de Estado que defendieron religiosamente todos sus antecesores en el cargo y que señalaba que, en caso de duda, Alemania debía inclinarse por la unidad del continente.

Después de observar el fracaso de todas las recetas diseñadas para impedir la quiebra de Grecia, Merkel llego a una conclusión radical. Si Alemania, como el país más poderoso del continente, debe asumir la responsabilidad de ayudar a sus vecinos, también ha de poder decir cómo se va a gastar el dinero de sus contribuyentes.
En otras palabras, Alemania está preparada para dar más poder a Europa, pero ésta debe funcionar de acuerdo con principios alemanes.

Europa aceptó a regañadientes la receta germana, pero al mismo tiempo se incrustó en el continente el temor de convertirse en una Europa alemana.
Esta idea cobró una peligrosa actualidad cuando las capitales europeas se hicieron eco de una frase arrogante pronunciada por Volker Kauder, el jefe del grupo parlamentario democratacristiano, en el marco de un congreso de su partido, la CDU. «De repente Europa vuelve a hablar alemán», dijo el diputado. «No de palabra, sino mediante la aceptación de los instrumentos por los que Angela Merkel lleva luchando con éxito tanto tiempo. Alemania seguirá siendo el motor de Europa», exclamó Kauder, ante el delirio de los delegados del congreso.

Las reacciones no se hicieron esperar. La prensa inglesa sugirió, con 'The Times' citando la frase célebre de Von Clausewitz («la guerra es la continuación de la política por otros medios»), que Alemania volvía a encontrarse en guerra con Europa y que Berlín está a punto de alcanzar lo que no pudo lograr Hitler: la dominación del continente.

En Francia, la familia política ya expresa en voz alta su temor por una Europa alemana y cree, como señaló el exconsejero de Mitterrand Jacques Attali en 'Le Monde', que Alemania tiene en sus manos el arma del suicidio colectivo del continente y que la política que defiende Merkel dará vida a una vieja enfermedad continental, la «germanofobia».

El encanto maligno

«Existe el miedo por la colonización alemana de Europa», observó 'Die Welt' al hacerse eco del temor que despierta la nueva hegemonía germana. «Todos contra Berlín.
Con su curso sin compromisos en la crisis de la deuda, Merkel puso en su contra a sus vecinos europeos y ha vuelto a nacer la hostilidad hacia Alemania», anotó 'Der Spiegel' en su portal electrónico.

¿Alemania ha descubierto nuevamente el encanto maligno de la hegemonía, como temían Mitterrand y Thatcher hace 22 años? La respuesta de Merkel es contundente.
Según la canciller, Europa se encuentra en su momento más difícil desde la II Guerra Mundial y el único camino para impedir que la casa común se desmorone es «más Europa», completar la unión económica y monetaria y crear, paso a paso, una unión política.

Con respecto a las críticas, la canciller admite con paciencia que el destino de Alemania en relación con Europa no permite treguas.
Si Alemania no ofrece alternativas, se le acusa de falta de compromiso con Europa; y si lo hace, se le reprocha que trata de imponer su hegemonía.
Como ella misma reconoce en privado, haga lo que haga Alemania, nadie estará contento.
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